El clima de cambio que espera la Argentina, por Sebastián Muzi

Si el norte fuera el sur la Argentina sería acusada por el mundo de ser la más contaminante del planeta y generar gases de efecto invernadero. Pero no, allá los marginados siendo los siux y acá los morenos siguen apretando a desmano. No obstante, seríamos igual, o tal vez un poco peor, con los olores del Riachuelo y las minas provinciales que explotan su desgano.

Pero a veces, el sur se cree que es el norte: Se advirtió de los desmontes, y la inundación en Tartagal no alcanzó para remover los cimientos de la dirigencia política. Tampoco la de Santa Fe, donde la solidaridad y donación sirvió tanto como las ayudas para los damnificados de Katrina en Nueva Orleans.

Estados Unidos es hoy uno de los grandes emisores mundiales de gases de efecto invernadero y sin embargo, nuestro país pareciera que quiere copiarse.  
Si se tiene en cuenta la contaminación por habitante, la Argentina tiene una emisión total de 8,2 toneladas de dichos gases, lo que la posiciona 53 en el mundo, superando incluso al mayor emisor del planeta, China, que ocupa el puesto 72.  
Además, un sondeo del Banco Mundial sobre Indicadores de Desarrollo midió los niveles de contaminación de 110 ciudades de todo el mundo. En él, Córdoba posee niveles de contaminación de dióxido de nitrógeno inaceptables para los estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Irónicamente, el gobierno de Cristina Fernández presentará en Copenhague una propuesta basada en cómo modificar las tecnologías industriales, considerando las áreas de producción que más contaminan la atmósfera, como la agricultura.

Homero Bibiloni, secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, y el canciller Jorge Taiana, encabezan las negociaciones en la cumbre danesa, pero ninguno se presentó en la inauguración, sino que están representados por Silvia Merega, titular de Asuntos Ambientales del Palacio San Martín. 

Para la Argentina –y muchas otras naciones del tercer mundo- lo importante no es reducir voluntariamente sus emisiones, por más chicas que sean, sino pedir a los países desarrollados una transferencia de fondos que permitan innovar en energías alternativas, como si fuera que el PBI de Buenos Aires no alcanzara para tal empresa.



En un encuentro de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en Santiago de Chile, Bibiloni habló de un Fondo Multilateral para la Tecnología del Clima y sugirió que sean con "montos fijos, establecidos y negociados" de las potencias. Servirían para la transferencia de tecnología, investigación y desarrollo, entrenamiento, compra de derechos de propiedad intelectual y pagos de las inversiones gubernamentales.

"Cuando los gobernantes dicen que sus prioridades son la salud, la educación y el bienestar de la gente, no toman en cuenta que lamentablemente, el calentamiento afecta todo eso", afirma Osvaldo Canziani, uno de los científicos a cargo del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC en inglés). La quema de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo), la deforestación y la ganadería, entre otras actividades, emiten gases que, como el CO2, atrapan el calor del sol en la atmósfera e intensifican el efecto invernadero natural.

Y en efecto, desarrollar la usina de carbón en Rio Turbio, Santa Cruz, contribuye a ello, aunque las autoridades nacionales creen que con esta iniciativa ¨se generarán cientos de puestos de trabajo¨.

Pero tampoco parece importar, como gran productor mundial de alimentos, la cantidad de agroquímicos que se utilizan para la siembra de los cultivos, que también generan el recalentamiento global.

La comunidad internacional se apresta a definir tal vez, la cumbre más importante de su historia. 190 países, 20.000 representantes de todo el globo y millones de personas en vela de lo que ocurra en Dinamarca, incluidos los habitantes de las islas Maldivas (los mejores candidatos a refugiados si subiera el nivel del mar) aguardan por el éxito o fracaso de la reunión. 

Se discutirá cómo reducir las emisiones y preparar un mundo mejor a las futuras generaciones, que inevitablemente sufrirán el recalentamiento del planeta. Sin embargo, la contaminación no es parte de la agenda porque muchas veces son hechos locales que no alteran el clima, aunque sí el ambiente.

Por eso, el escabroso pantano de la contaminación en la Argentina debe tener tanta importancia y repercusión como esta cumbre global. 

Si cruzamos el charco la planta celulosa de Botnia es motivo de una disputa internacional que aún no ha acabado, pero poco sabe la Opinión Pública que, como ella, hay muchas otras plantas de papel en la Argentina y mucho más nocivas. Tal vez, si miráramos nuestros propios errores, nos daríamos cuenta que el 80% del agua existente en el Riachuelo, uno de los ríos más contaminados del país, deja al 55% de los pobladores de la cuenca sin cloacas ni agua potable.

Por otra parte, la legislación argentina facilitó en los ‘90 las inversiones en explotaciones mineras, aprovechando la suba del precio internacional del oro y otros minerales para dar exquisitas ganancias a las empresas extranjeras, pero dando una fuerte cachetada al medio ambiente de las provincias afectadas.

Según Greenpeace, la explotación de minerales por el método de lixiviación con cianuro genera grandes cavas a cielo abierto, extrayendo y emitiendo una serie de sustancias tóxicas al ambiente; y pese a que en los últimos años hayan mejorado las técnicas, los accidentes y los impactos ambientales siguen ocurriendo.

Tampoco hay que olvidarse de los bosques, que si bien son bienes y servicios indispensables para nuestra supervivencia, su tala indiscriminada daña de forma irreparable el ecosistema, con pérdida de agua en los suelos y una posible inundación de la zona ante la falta de flora, tal como ocurrió en la ciudad salteña de Tartagal.

Pero si hablamos de agua, mucho menos hay que dejar de lado a los glaciares, que son el termómetro más exacto del recalentamiento del planeta. 

El glaciar Upsala, en plena tierra presidencial, tiene actualmente 870 kilómetros cuadrados, lo que lo convierte en el más largo de todos los hielos continentales. Ha retrocedido 4 km en los últimos 2400 años, pero también otros 4 km en la útima década. Inclusive, la preocupación ha llegado a la NASA a través de las últimas fotografías tomadas por la Estación Espacial Internacional, en las que se puede apreciar la erosión de grandes bloques de masa helar. El indú Rajendra Pachauri, presidente del IPCC, aseguró en una reciente entrevista que si los glaciares de los Andes llegaran a derretirse, tal como viene ocurriendo desde hace un siglo, provocarán una fuerte merma de agua potable que puede generar conflictos en la población. 

Pero nada de esto parece preocupar a los gobernantes, que se empeñan en mostrar otra realidad y llevar la atención hacia otros temas de la agenda.

En 1999, tras las inundaciones causadas por El Niño en el Litoral, se creó el Sistema Federal de Emergencias (Sifem). Había sido una condición impuesta por el BID, para otorgar un crédito de 200 millones de dólares, para recuperación de las zonas afectadas.

Se hizo a imagen y semejanza de FEMA, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias de los EE.UU., pero nada de lo que es actualmente se parece a la encargada de actuar en situaciones de desastre. De hecho, el Sifem no tiene dirección, aunque deambuló en sus inicios entre los pasillos de la Jefatura de Gabinete. 

En definitiva, las acciones valen más que las palabras, y si no se toman en las direcciones correctas, ya sea en prevención o mitigación, el dinero no alcanzará para proteger al planeta.

Ahí sí se puede considerar valorable la posición argentina en Copenhague, porque los países en desarrollo no son los culpables del cambio climático que se vive desde la revolución industrial. Ello no acredita que un país se convierta en un futuro emisor, o que la contaminación que genera no recaliente el clima, porque en definitiva, como dijo el ex presidente francés Jacques Chirac "Somos las últimas generaciones las capaces de detener la destrucción de los seres vivos, antes de que superemos el límite de lo irreversible". 

Sebastián Muzi - Columnista Internacional de A medio Camino

 
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