Colombia tiene nuevo presidente. Él, es un hombre que conoce los pasillos del poder, tanto conservadores como liberales. Es alguien fuerte, que fue ministro de varios gobiernos y el máximo responsable de haber descabezado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Sí, lo habrá leído: se llama Juan Manuel Santos, y tras las elecciones del 20 de junio en las que aplastó a su rival Antanas Mockus, se ha convertido en el mandatario electo con más popularidad de la historia del país. Su victoria, por más de 50 puntos, no sólo lo ha coronado en la primera magistratura sino que también ha logrado una holgada mayoría en el Congreso que le permitirá gobernar sin reparos.
Proveniente de una de las familias más acaudaladas del país, muchos lo definen como el heredero de Alvaro Uribe, ya que continuará con muchas de las políticas de los últimos tiempos. Sin embargo, el nuevo jefe de estado ha dicho que no va a cometer los mismos errores que su antecesor, especialmente en lo que se refiere al trato con el Congreso, la justicia y las relaciones con sus vecinos, desgastadas luego del ataque a las FARC en Ecuador.
Para eso deberá cerrar las heridas que no cicatrizaron, ya que todavía pesa sobre él una orden de captura emitida por un juez ecuatoriano, aunque el hecho de que el presidente Rafael Correa lo llamara para felicitarlo fue un paso adelante para mejorar las tensas relaciones.
De la misma manera, Hugo Chavez adelantó una luna de miel hasta que Santos se asiente en su nuevo despacho, ¨pero todo dependerá de las declaraciones y acciones que tomen los nuevos funcionarios¨.
Cambiar algo para que nada cambie
Mockus fue el candidato que prometía una etapa nueva en la vida colombiana. Una promesa que no se pudo llevar a cabo no por su incapacidad, sino porque las urnas demostraron que los colombianos no querían cambiar el progreso de los últimos años.
Una de las claves, posiblemente, fue la propia gestión de Santos, primero como ministro de Hacienda y luego en la cartera de Defensa, en donde tuvo la responsabilidad de liberar a Ingrid Betancourt y descabezar a la cúpula de las FARC.
Pero así como lo bélico lo llevó al éxito, también lo hizo tambalear: el haber incursionado en territorio de Ecuador para matar a Raúl Reyes, uno de los jerarcas del grupo terrorista, fue una violación a la soberanía del país vecino y que por poco no provocó un conflicto armado.
Asimismo, las denuncias por abusos a los derechos humanos durante su gestión generaron un fuerte repudio mundial, ya que se descubrieron numerosas fosas con civiles asesinados y declarados por el ejército como combatientes de la guerrilla.
A esto se lo conoció como ¨falsos positivos¨, una especie de premio para aquellos oficiales o paramilitares que mataran a guerrilleros con tal de ascender en el escalafón castrense o policial.
Según algunos medios norteamericanos, esto habría bastado para convencer a Barack Obama de reducir la ayuda del ¨Plan Colombia¨ y poner trabas en el Parlamento al Tratado de Libre Comercio, firmado por Bush y Uribe unos años atrás.
Lo cierto es que con este vendaval de traspiés, Juan Manuel Santos pudo seguir su marcha triunfal a la presidencia porque como dijo Bill Clinton, ¨Es la economía estúpido¨, pero deberá corregir los errores de su pasado si quiere continuar en la buena senda.
Por una parte, no tiene el cheque en blanco de Washington, como así tampoco el del caudillo bolivariano. Pero tampoco dará un giro de 180º en lo que se vino haciendo en Bogotá, al menos en política exterior.
La principal razón es simple: ponerse en la vereda de enfrente de Chávez no está del todo mal si quiere popularidad, ya que los colombianos detestan al venezolano y el nacionalismo es el arma más efectiva. Vaya si Uribe no lo hizo.