Queda claro que el malestar por los reiterados cortes en calles y rutas es un delicado índice de descontento social, tanto para quienes lo sufren como así para quienes lo practican. Debatir sobre si está bien o no hacerlo es una discusión sin fin, pero sí valdría la pena analizar brevemente por qué hay piquetes y cortes sorpresivos.
Desde mediados de la década del '70, durante los '80 y en inicios de los años '90, se ha ejecutado un modelo mundial en el cual los grupos de poder y los conglomerados financieros han determinado el vaciamiento de los países emergentes mediante la venta de sus recursos nacionales. ¿El camino? El endeudamiento de estos países y la entrega de sus principales recursos a empresas extranjeras.
Así, en la década del '80 se incrementó a niveles inauditos de la deuda externa, en la era presidida por Carlos Menem se vendieron absolutamente todas las empresas nacionales y se destruyó la industria sin ningún tipo de reparos. El resultado final fue un país quebrado y a punto de desaparecer en el año 2000. La consecuencia final fue la pobreza extrema, la misera, el desemplo más alto de la historia y un ingreso atroz a escenarios de violencia y drogadicción.
Hoy, estamos presentes ante esas consecuencias. Ciudadanos del Conurbano bonaerense que son rehenes absolutos de los intendentes municipales y sus punteros políticos, ciudadanos de la ciudad que cada vez son más violentos a causa de la desatención del Estado, un sistema político sin distinción que extorsiona y juega a hacer política con los recursos más bajos de la sociedad.
Quizá, el piquete más importante sea el que, algún día, sin importar la clase social, se proteste contra el Gobierno de turno, se exigan cambios y nos solidaricemos con todos, absolutamente todos, porque más tiempo pasa, más pobres nacen y más violencia se instala. Es una problema de todos... o bien todos deberíamos portar una remera con la leyenda "Todos somos pobres".