El caso Moyano de estos días fue el corolario de los últimos tiempos en que la Justicia argentina advirtió que tiene un rival digno de respetar: el sindicalismo. Los popes de algunos gremios cayeron en desgracia, pero pronto cayó la guillotina: primero fue Momo Venegas y medio campo salió a pedir su libertad. Luego fue el turno de Juan José Zanola, el bancario, quien no tiene mucho margen de apoyo ya que se encuentra muy complicado en la causa por la mafia de los medicamentos. Con José Pedraza, el ferroviario, se corrió la misma suerte, y con Hugo Moyano se terminó de definir el gran poder sindical.
El mensaje fue claro: no nos toquen, no los molestamos.
La Justicia suiza salió a aclarar que la investigación no es contra Moyano pero sí es mencionado en el exhorto judicial. Hasta hoy no queda claro si el propio gobierno de Cristina Kirchner permitió dicho suceso para marcarle territorio al líder de la CGT.
Por último, en estos días arribará al país una misión del FMI para analizar el índice de precios nacional. El combo de temas es variado, pero el papelón es el mismo de siempre.